A. G. Porta: “Los escritores de quiosco supieron acercar la literatura a la gente”

Cada vez que A. G. Porta (Barcelona, 1954) entra al Bar Colombia, en el distrito de Sant Andreu, siente que está en casa. Hace años que toma el café allí. La prueba está en una de sus paredes, de donde cuelga una foto suya, algo más rejuvenecido. Pero, también, en los recuerdos que acumula, como el concierto que Andrea Motis dio tiempo atrás en el local para los clientes habituales. No es de extrañar entonces que, solo ver a Anna, la hija del dueño, Albert Miró, le regale un ejemplar firmado de su último libro de relatos, El invierno en Millburn (Acantilado), recién salido del horno. “Dile que quiero verlo pronto”, le dice a modo de saludo.
Elegir un sitio que es hogar para hablar de su trabajo parece buena idea. Precisamente porque, en un momento u otro, prevé acabar hablando de algunos de sus referentes, a los que rinde homenaje a lo largo de sus 288 páginas. Borges, Claude Simon, Salinger... De este último adopta para su relato inicial, Sunday Afternoon, la estructura de Nueve cuentos. Es decir, pequeñas historias que, en su conjunto, parecen una novela, y la lleva a su terreno. “Escribo la primera frase de uno de sus cuentos y, a partir de se inicio, dejo brotar la imaginación”. Y es que a Porta, como se puede comprobar en el conjunto de su obra, siempre le han gustado los juegos metaliterarios, aunque admite que le salen “de forma natural”.
Tenía que escribir mi gran novela neoyorquina y me invitaron un tiempo a Millburn para hacerla”
Pero el barcelonés no solo se inspira en la llamada alta literatura, sino que, también, acerca al terreno de juego autores populares, “de quiosco, como les llamaban entonces”, como Marcial Lafuente Estefanía o Francisco González Ledesma cuando escribía bajo el seudónimo de Silver Kane. A este último, le dedica el tercero de sus relatos.
“Tanto él como sus contemporáneos eran dignos de admirar. Por un lado, porque acercaban la literatura a la gente, pues los bolsilibros, llamados así precisamente por tener un tamaño de bolsillo, tenían un precio económico, eran cortos y narraban historias aptas para todos los públicos. Y, por otro, por la forma de trabajar que tenían estos autores, ya que creaban muchas veces historias del oeste solo con un mapa de Estados Unidos, un libro de historia y un listín telefónico, para sacar los nombres de los personajes. No viajaban, lo hacían todo desde aquí. Y yo he querido hacer el mismo ejercicio que ellos, escribiendo desde aquí, pero, en mi caso, a través de Google”.

El escritor A.G. Porta, ayer, paseando por Barcelona
Ana JiménezOtro relato no menos curioso, “y totalmente verídico” es el caso de la escritora octogenaria que le pidió al barcelonés que le redactara una historia familiar para que no quedara en el olvido. En un primer momento, dudó si iba a sonar o no verosímil. “¿Una escritora que pide a otro que le escriba? Pero así sucedió. Al principio, la hice pasar por directora de cine, pero ella no se identificaba. Terminé contando la verdad, pero cambiando los nombres”.
La semilla de todos estos textos o nouvelles, como Porta prefiere llamarles –pues, en lo que a extensión se refiere están a caballo entre el cuento y la novela–, surgió en Millburn, un municipio de Nueva Jersey muy cercano a Nueva York. “Yo tenía que escribir mi gran novela neoyorquina, y me invitaron un tiempo a vivir allí, en una buhardilla, para poder hacerla”. Al final, de esa experiencia no nació una novela, pero si estos relatos, unidos todos ellos por un escritor que está bloqueado y pierde un poco el rumbo. “Una especie de alter ego disparatado, pero que también tiene parte de ficción”.
A. G. Porta tiene en el cajón un libro de poemas dedicado a Roberto BolañoSi bien Porta, como la mayoría de autores, se ha enfrentado a la página en blanco en un momento u otro de su carrera, cabe decir que tiene numerosos recursos para que ese colapso dure poco. “Suelo dedicar un cuaderno a cada libro, donde apunto ideas y, de todas las páginas que voy pasando a limpio, les arranco las esquinas, así las identifico rápido”. De cada bloc –prosigue– “quedan siempre algunos folios que no he aprovechado. Para este libro, he hecho un ejercicio de buscar esas buenas ideas que quedaron en el limbo y emplearlas. Algunas tienen más de una década”.
Y, si algún día todas ellas se acabaran, tiene varios manuscritos terminados que reposan en un cajón, esperando el momento idóneo para salir. Uno de ellos, es un libro de tres poemas largos que dedica a su amigo Roberto Bolaño y que empezó poco después de que este muriera. “Quién sabe si podría ser lo próximo en salir. Pero no lo sé todavía. Necesito espacio entre proyecto y proyecto”.
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